miércoles, 18 de abril de 2012

Neosugeralismo prituberiano

La crueldad con la que la montaña escupía fuego nada tenía que ver con las leyes naturales. Era su propio y encarneciente deseo, su ira, sus ganas de maldecir, su desgana. La única manera de seguir resguardando sus recuerdos; tragar hacia fuera, salpicar hacia dentro. ¿Qué hacer si no? El sonido del viento le había prometido cobijo. Pero no importaba. Lo que verdaderamente importaba era la resignación. El tiempo absoluto, la distancia obsoleta.

Era la montaña la única responsable. ¿Majestuosa? Y digna de su orgullo. Mejor que ninguna, peor que ningún otra. La obra magna de la naturaleza, tan simple de forma como presuntuosa en su fondo. Alterando caballerosidad con hombría, sutileza y armadura. Levitando en sueños decadentistas: soñando órdenes entropistas. Prosa y poesía, amalgama de lujuria, para qué negarlo. Porque cada cual es esclavo de sus alegrías y víctima de sus deseos. Y sin embargo, consciente de que mientras un juglar atice cantos en el árbol de la vida, el hombre volverá a caer preso de su propia dulzura.