viernes, 9 de diciembre de 2011

El llanto de las camelias

Un rastro que gasta, pero no acecha
una página en blanco que ya está hecha
el calor de una luz que aún no brilla
la brecha que un alud abrió sin prisa
lo romántico del juez que se condena
por robar del cielo su luna llena
el lamento del mar que gimió asustado
el fruto de un árbol envenenado
la pasión oculta de los albores
que el poeta versó con mil colores
el azul del cielo un día nublado
cuando el sol se derrite desesperado
al sentir el aire que respiraba
cubrir las noches en otra almohada
al llorar sin alma por las esquinas
quitándole a un pétalo las espinas.

martes, 9 de agosto de 2011

Tedios Sociales

Estoy un poco repugnado. O aburrido, no lo sé. A estas alturas de la madrugada es posible de que sea fruto de mi naturaleza biológica, que son horas de pirarse ´pa cama vaya. Pero como esta sensación me inunda en diversos momentos a lo largo de todo el día, rechazaré de inmediato esa teoría. Me irrita esa dosis de autoensalzamiento (a veces negativo) estúpido de cierto número de personas (cifra demasiado elevada como para pasarla por alto argumentando que, estadísticamente, es lógico que un porcentaje de la población sufra un claro retraso mental) que dedica la mayor parte de su vida a explicarle a los demás cuan maravillosa o desdichada es su existencia. Y como la misma materia que permite comunicar Becerreá con Ponferrada puede hacer lo propio para acortar el camino entre el panadero de la esquina y Marilyn Monroe, el boom (lo PilLashHh) de las redes sociales hace que me pregunte si no era más feliz cuando no tenía internet.

-Hola, soy una persona diferente a los demás, a mis 15 años conozco ya el verdadero sentido del amor y la felicidad que me provoca estar a tu lado. Sin embargo, nadie más en el mundo es capaz de sufrir tanto como yo lo hago por ti. Es increíble mi capacidad de percibir emociones; puedo tocar el cielo pero también me quemo en el infierno. PD: De vez en cuando me aireo, pero es para disimular


-Buenos días. ¿A que no sabes una cosa? Soy ya mayor. En serio. Que estoy de prácticas eh, como lo oyes. ¿No te parece que soy la hostia? Creo que hay gente que no se enteró, por si acaso (que conste que realmente estoy seguro de que lo saben todos, pero así me tienen presente) voy a volver a comentárselo. PD: No te preocupes, me pongo una máscara de animadora histérica; no vayan a pensar que me creo una estrella.


-Qué pasa. Soy el mejor. Además, estoy loquísimo, que tomé ayer dos cervezas y hoy otras dos. Y si me pongo tonto, puedo ir a tomármelas al bar de allí abajo. PD: Mis amigos también molan, casi tanto como yo.

Ya que todos los heaveys se dejan melena para demostrar que no siguen modas, agarraré cuatro adjetivos mal puestos y demostraré que paso de ese tema. PD: Además esto es un blog, que es más importante.

miércoles, 15 de junio de 2011

El número diecisiete

Realizó, una vez más, todos los pasos precedentes a la acción, siguiendo un ritual que para él se había convertido en una experiencia casi mística, previa a la verdadera Gloria: media hora de ejercicio físico, una ducha en agua fría y un corte en la parte anterior de su pierna izquierda. Eran ya dieciséis los cortes que adornaban su definido muslo, y no tenía intención de que la cifra se detuviese ahí. Un sonido seco quebró el silencio que adornaba la habitación, y la sangre comenzó a fluir al tiempo que una  sonrisa se dibujaba en el rostro del fornido joven. Pasó con firmeza el dedo índice unos centímetros por debajo de la incisión que acababa de abrir en su epidermis, y con un gesto de satisfacción, se llevo el dedo a los labios. Esa sonrisa, que a primera vista tenía incluso matices de tímida inocencia, se convirtió al instante en una carcajada atroz, un macabro torrente de ansiedad y lujuria que llenó todos los rincones de la siniestra estancia.

Descendió las escaleras que comunicaban su pequeño apartamento con el portal del edificio, una antigua construcción de estructura metálica situada en el barrio de Lestrange, entre la zona comercial y el puerto de la ciudad. A esas horas de la madrugada, apenas el ruido de los barcos que llegaban al muelle y algún que otro gato callejero construían la banda sonora de la manzana, perfecto escenario para los actos que tenía pensado realizar. Debía realizar. El hombre, de facciones anguladas y blanquecino pelo, rozando el albinismo, era consciente de que el resto del mundo no dominaba su poder. "Asquerosos humanos", pensaba habitualmente; "siempre pensando en el sexo, el indecente y repulsivo sexo", como si acaso pudiese proporcionar un placer siquiera comparable al que era capaz de dominar. Un acompasado ritmo, originado por el peculiar sonido de los zapatos de tacón, lo devolvió a la realidad. Era el momento de acometer su misión, de obtener la recompensa por el sacrificio entregado.

Esta vez había resultado mucho más fácil que en otras ocasiones. El estado de embriaguez que poseía la muchacha, de apenas veinte años, hizo que en apenas diez minutos, y en el más absoluto de los silencios, el hombre estuviese de regreso a su apartamento. Depositó encima de la mesa, a modo de paquete, a la joven que había inmovilizado sin esfuerzo unos minutos atrás. La ató cuidadosamente con un alambre metálico, selló su boca para que no pudiese gritar cuando se despertase y se alejó momentáneamente para coger todo lo que necesitaría para esa noche.

Un sonido ahogado intentó salir, en vano, de la garganta de la joven, cuyo último recuerdo se remontaba al coche en el que había tenido un intenso encuentro con un amigo de la facultad, y no encontraba ninguna explicación a la situación en la que se encontraba en aquel momento. Otro sonido apagado murió en su garganta cuando vio a un hombre sostener una alargada varilla metálica, y más al observar el curioso color anaranjado que asomaba por la punta opuesta a la zona donde aquel extraño empuñaba un empapado trapo de textura ignífuga.

"Pandilla de imbéciles" pensaba el hombre con las siglas "T.H.Z." tatuadas con violencia en el pecho, mientras insertaba el metal ardiente por la cavidad bucal de la muchacha.

"Los días están contados..." la varilla de metal atravesaba lentamente cada una de las córneas de la estudiante, cuyas fuerzas ya no llegaban ni para gritar

"Entonces todo el mundo sabrá quién soy", se reflejaba en su mente mientras se acercaba nuevamente a la estantería de la habitación.

Una sonrisa, la misma sonrisa que horas antes había aparecido en su rostro, trazó una curva en la cara del hombre, mientras ponía una mano encima del vientre de la muchacha. Nadie podía arrebatarle aquel momento. La supremacía sobre la especie era total. Él decidía sobre la vida y la muerte; tan sólo él y Dios podían hacerlo. El momento de la resolución había llegado. Cuando su sonrisa se estaba convirtiendo nuevamente en carcajada, notó una fuerte erección debido al éxtasis que suponía su grandeza. Entonces, el puñal atravesó el corazón de la joven y el ciclo concluyó de nuevo.

Esa noche había sido más placentera de lo habitual; cada vez el deleite era mayor. Cansado por la agitación del momento, se sentó en una pequeño asiento de madera que tenía colocado al lado de la mesa y una idea empezó a seducirlo fuertemente. No lo tenía por costumbre, pero quizás esta vez sí podía permitirselo. Y sin pensárselo ni un segundo más, cogió la pequeña daga y trazó el corte número diecisiete en su pierna.

 

miércoles, 30 de marzo de 2011

El escondrijo de los mezquinos

Dicen que la vida es como un libro en blanco, que cada uno va escribiendo sus propias páginas. La diferencia, es que en la vida cuando has escrito algo no hay manera de borrarlo. Para bien o para mal, está ahí. En muchas ocasiones, el escritor se encuentran en medio de un capítulo sin saber exactamente qué lo llevó hasta ese punto de la historia. Los grandes maestros de la pluma, se sacan argumentos de la manga para que los acontecimientos se desarrollen de forma totalmente natural. Los mediocres, optan siempre por la solución más cobarde. Por eso mi nombre no aparecerá nunca en los libros.

lunes, 28 de marzo de 2011

Misticismo cósmico

Un impulso. Una extraña sensación. Un instante. Un estado anímico. Una canción. Tu vida

Retomo nuevamente, tras otra larga espera, a mi punto de desahogo con el mundo. ¿Por qué? Volviendo a lo que dije en mi primera entrada, porque me apetece. El motivo de mi regreso ha sido esta vez una curiosa sintonía con lo que me rodea. Es difícil de explicar, y más en este momento en el que las palabras no salen con especial fluidez de mis manos. Una especie de armonía con el universo, con las estrellas, con el mar, con las aguas de una cristalina playa que mis ojos jamás han visto. La certeza de que no estamos solos, de que estamos aquí por algo. La convicción de que nada es casualidad; la esperanza en la vida después de la vida. Las terribles ganas de salir corriendo, de contemplar la grandeza del cielo tumbado como un pequeño infante que juega a hacer formas con las nubes. La rabia acumulada, el deseo de romper a llorar desconsoladamente. La felicidad de una sonrisa, el abrazo de un amigo. La ironía, la inocencia y la estupidez. El fuego y el aire, el alfa y la omega. Quizás es muy complicado entenderme, soy consciente. Llegué a este punto desde otro muy distante, simplemente porque Vangelis y Ray Linch, entre otros, decidieron (¿casualmente?) tomar las riendas de la noche. He viajado en un ínfimo instante a decenas de noches, madrugadas para ser exactos, en las que me pegaba a mis auriculares para escuchar dos maravillosas horas de emoción que comenzaban, puntualmente, con el maravilloso Dragón que tantas veces hizo que un escalofrío recorriese mi espalda. Quién haya vivido mi situación es posible que comprenda de manera más cercana lo que intento decir, lo que estoy sientiendo en este momento. Y si estos dos majestuosos caballeros anteriormente nombrados han sido los que me han llevado a abrir de nuevo esta ventana, ha sido otro el que me ha acompañado de principio a fin en estas líneas. No concibo esta apertura sin esa canción. Por eso a ti, que te has molestado en leer lo que intentaba mostrar, te pediría una cosa (y no soy muy dado a pedir favores): relee de nuevo este párrafo mientras suena esto http://www.youtube.com/watch?v=RCObXuAwCIA y puede que nos encontremos en algún lugar del universo.

domingo, 13 de marzo de 2011

Alfabetización melódica

Llevaba bastante tiempo sin renovar este pequeño espacio. En una carpeta antigua, encontré un texto que había escrito hace ya algunos años. Cuando era más pequeño, tenía la costumbre de ponerle letra a melodías famosas que no la tenían. Al releer este folio lleno de tachones, decidí que quizás era hora de actualizar el reino de Trodain. Aunque seguramente hoy no hubiese escrito esto tal y como está, voy a respetar la "obra" del Rubén del pasado. Está planteado para seguir la melodía de la canción de Vangelis que aparece como tema principal de la película "El último mohicano".

(estrofa)

Si eres capaz de enfrentarte a ti mismo
y
si eres capaz de saltar al abismo

si puedes a un tiempo reír y llorar
y entre rejas clavado exclamar ¡libertad!

nunca temas, amigo, que charle contigo
quien crezca entre bestias y aparte el peligro

No rindas tu espada sin antes luchar
no maltrates tu alma sin antes pensar

Porque observa que un ave no tiene fronteras,
tan solo tu mente te traza barreras

Un sueño es un hombre que quiso llegar
no te pintes más puertas, comienza a gritar

Crea un sol en la lluvia, en mitad de las nubes
sin perlas doradas, sin ojos azules

No rindas tu espada sin antes luchar
no maltrates tu alma sin antes pensar

que

(estribillo)

Tienes el mundo en tus manos,
hermano
no te olvides de ti

Teje hasta el último hilo,
amigo
solo tu has de vivir

sábado, 5 de febrero de 2011

Serenata Nocturna

El animal trepó habilidosamente por la encina que había en la parte de atrás de la casa, justo entre el pequeño porche, empapado por la intensa lluvia que había caído a lo largo de toda la semana, y la avenida que comunicaba aquella extraña urbanización con el centro de la ciudad. Avanzó con tino por una de las ramas, acercándose de esta manera a la pared norte del edificio, y de un salto se colocó encima del garaje anexo a la vivienda, estando así a unos pocos metros de su objetivo. Continuó con su curiosa marcha y pegó el último brinco; tras varios días de ausencia, había regresado a aquel tejado de oscura pizarra que tantas veces había servido como improvisado punto de reunión. Y allí estaba de nuevo aquella sombra, la nocturna silueta del enjuto felino que se convertía en compañero de tejado en las frías y húmedas noches de la ciudad gallega.

Despacio, muy despacio, se encaramó a lo alto de la cubierta y se colocó al lado de la peculiar criatura. Aún sin saber por qué, aquel ambiente le resultaba embriagador; le hipnotizaba contemplar los tejados del resto de casas de la urbe, por supuesto, en compañía del extraño animal en el que tantas veces había pensado. No recordaba la primera vez que lo había visto, para su mente siempre se encontraba de la misma manera: dirigiendo su mirada perdida a las calles de la villa. Jamás había hablado con él, y no le hacía falta; además, seguramente eso rompería la singular magia que se había forjado entre los dos seres. Giró la cabeza y volvió a mirarle: allí seguía, con los ojos puestos en la enorme luna que alumbraba el cielo de la ciudad, por primera vez sin nubes desde solamente dios sabe cuanto tiempo. No tenía ni idea de lo que pasaba por la cabeza del delicado animal, ni siquiera de si lo volvería a ver cuando regresara en la siguiente excursión nocturna. Pero de lo que sí estaba seguro es que en ese momento, aún pudiendo ser mejorado de alguna manera, él era el ser más afortunado de todos los que vivían bajo las estrellas.

domingo, 30 de enero de 2011

Baulismo

Es curioso. Las cuatro y dieciséis minutos de la mañana de un lunes como los demás. Idéntico. Para variar, el ordenador delante y la cabeza en otro sitio, quién sabe donde. Y sin tener nada que contar, lo único que me apetece es escribir. Nada de historias más o menos desarrolladas, ni vagas reflexiones acerca de lo injusto que es el mundo o la estúpida sociedad en la que vivimos. Es algo más interno, una especie de autoevaluación de mis actos y pensamientos en un pasado reciente y mirando hacia un futuro no demasiado lejano. Y siendo evidente que a nadie le importa mi vida (no estoy diciendo que sea en absoluto un ser solitario sin calor humano alrededor, si no más bien que, como es lógico, no es algo de interés popular lo que piense de su propia vida un chalado) me apetece, como ya he comentado, escribir.

Podría pasarme la noche sin dormir, caer en el sueño bien entrado el día, vegetar hasta pasada la media tarde y vagar por la vida con el único objetivo de seguir existiendo. Sin motivaciones, sin ambición, con lejanos sueños aparcados para otro momento. Podría despertarme otra mañana más, sin saber de qué manera he llegado hasta la cama y preguntándome si ha valido la pena. Podría también echar mi bote al mar y navegar a la deriva, dejándome llevar por la corriente hasta donde ésta desee, sin hacer siquiera el amago de remar hasta el puerto porque no sabes donde está el puerto. Y si lo sabes, estás demasiado ocupado viendo quemarse los días como para intentar hacer otra cosa que no sea volver a dormirse de nuevo. Podría poner empeño en cambiar, en mirar que cuando un segundo pasa, ya no hay vuelta atrás, lo has desaprovechado para bien o para mal e intentar hacer que tus dedos se muevan de manera armónica, que el aire capte las notas de un sonido bien construido, de un acorde rematado, o del silencio desolador. Podría hacer todas estas cosas y volvería a ser lo mismo otra vez. Otro maldito lunes casi a las cinco de la mañana arrepintiéndose del color que tú mismo le estás dando a tu lienzo, pero al mirar por enésima vez a la paleta, decides continuar con ese suave y pesado vaivén con el que vas adornando tu vida.

jueves, 20 de enero de 2011

Dos movimientos

Era imposible. Volvió a abrir el dossier que tenía entre sus manos y releyó por última vez el documento que, casualidades del destino, había llegado a él por la primera vía que se había descartado. Intentó poner la mente en blanco durante unos segundos para reordenar los hechos y encontrar un mínimo de lógica, algo que pudiese explicar el por qué de la cuestión. Era imposible. Guzmán se levantó torpemente de la silla, cogió del armario unos vaqueros y se cambió de ropa. Tan rápido como pudo, bajó los dos pisos que los separaban de la calle y abrió la puerta de su Audi deportivo. Tenía que avisar a Álex, y tenía que avisarlo ahora.
Las calles de la ciudad manchega se sucedieron a toda velocidad y pronto llegó a la autovía. Montealegre del Castillo, refugio de su compañero y amigo Alejandro Otero, estaba a poco más de sesenta quilómetros de distancia pero a Guzmán se le estaban haciendo eternos. Un chispazo alumbró instantáneamente la carretera y el corpulento hombre miró el cuentaquilómetros.
-Mierda, el puto radar-se quejó, golpeando el volante con la mano derecha. La aguja rebasaba los ciento setenta quilómetros por hora, pero a pesar del grito de rabia, la multa y los puntos que acababa de perder era lo que menos le importaba en aquel momento. Recordó el inicio de todo aquello, cuando a modo de broma Álex y él habían empezado a charlar sin jamás imaginarse que, apenas diez meses después, esa frase que empezó como un juego acabaría por impregnarlos de una forma imposible de limpiar. Guzmán pensó después en Álex y apretó a fondo el acelerador: no podía permitir que le sucediera nada. Una lágrima quiso aparecer en los ojos de Guzmán Rualde, unos ojos habitualmente fríos, ajenos a cualquier tipo de emoción o sentimiento, cuando recreó la escena que se estaría desarrollando en casa de Alejandro: como acostumbraba hacer a esas horas de la noche, Álex estaría tumbado en el sofá tras cenar uno de esos deliciosos platos que acostumbraba preparar, seguramente algún tipo de crema o puré suave para la cena, ligeramente adornado con las especias orientales con las que solía condimentar la mayoría de sus comidas. Le encantaban esos momentos de la noche en los que conectaba consigo mismo, concentrado en sus pensamientos y en algún disco de Lynyrd Skynyrd o Creedence Clearwater Revival, música que le ayudaba a relajarse de una manera muy especial.
-Álex, a ver cuando le metes un poco más de cañita macho, -solía decirle Guzmán- que eres un blandengue.
-No me vengas con tus rollos de super-speed power metal que eres un pesado. Si además… -Álex se detuvo apenas un par de segundos.-Mira, no nos vamos a pasar discutiendo media hora como siempre, para acabar exactamente en el mismo punto en el que estábamos al principio.
-No es el fin lo que interesa en nuestras discusiones, joven padawan.
-Bah, eres un homosexual.

El cartel de Montealegre del Castillo fue alumbrado por los faros del coche, y Guzmán se alegró de haber llegado ya a su destino. La casa de Álex estaba apartada del pequeño núcleo del pueblo, pero lo suficientemente cerca para poder hacer vida normal sin utilizar el coche, exceptuando, claro está, los obligados viajes a Albacete que, mínimo una vez a la semana, eran necesarios hacer. Aparcó el coche en la entrada y vislumbró la puerta, que parecía abierta. Una extraña sensación de inseguridad lo invadió por completo; nada palpable, algo más intuitivo que físico hizo que Guzmán agudizara sus sentidos cuando empujó la puerta que daba paso al recibidor de Álex.
-Pero  será posible…
Al pulsar el interruptor que encendía la vieja lámpara que Alejandro aún seguía empecinado en conservar, el panorama que se presentó ante los ojos de Guzmán no fue demasiado alentador: el suelo estaba forrado por páginas de libros, facturas y un conglomerado de fragmentos de cristal, porcelana o astillas de madera. La inquietante atmósfera que había percibido cuando se bajó del Audi se estaba convirtiendo en realidad, una realidad que Guzmán trataba de descifrar y que empezaba a tornarse de un color aún más oscuro de lo que podía haber previsto cuando salió de Albacete hacía menos de una hora.
-¡Álex!-gritó, llamando al habitante de la desencajada vivienda-. Álex, ¿estás ahí?
Guzmán no encontró respuesta alguna y echó a correr hacia el interior del inmueble. El salón ofrecía la misma estampa que el recibidor, y el dormitorio de Otero no invitaba al optimismo. ¿Qué podía haber pasado en aquella casa?  Aún teniendo en cuenta la reciente información que había recibido, de máxima relevancia y que había cambiado la dirección de los acontecimientos, no había motivo para que la tranquilidad que solía reinar en la pequeña casita de Montealegre fuese rota en ningún momento.
Tras haber repasado otra vez todas las habitaciones y no encontrar nada más que signos de un fuerte registro, Guzmán se sentó en el sofá y golpeó con rabia la mesa que estaba situada al lado del diván. No podía acudir a la policía, eso era más que evidente, pero tampoco podía ponerse a dar vueltas por los alrededores en busca de su amigo. Había tantos elementos entremezclados y tanta gente metida en el asunto que no sabía por qué hilo podía tirar. Había decidido volver a Albacete y avisar a Martín, el chico que le había entregado la documentación que lo había llevado hasta el pequeño pueblo de la provincia albaceteña, cuando oyó un fuerte ruido proveniente de la entrada de la vivienda. Instintivamente se agachó detrás del sofá. Su corazón empezó a bombear sangre a una velocidad muy por encima de lo habitual, y al asomar la cabeza para ver quién o qué había causado el golpe, vio aparecer la familiar figura de su amigo Alejandro Otero portando un pequeño libro.
-¡Hijo de puta!-Guzmán corrió hacia un tranquilo Alejandro, que miró extrañado al hombre que estaba enfrente de él y que en unos segundos rodeaba sus hombros con un potente abrazo-. ¡Eres un hijo de puta!
-Yo también me alegro de verte, pero ¿qué haces aquí? No contaba con una visita tuya hoy.
-¿Cómo puedes estar tan tranquilo? Cabrón, ¿quién te ha puesto así la casa? Pensé que te habían llevado, joder.
-¿De qué me hablas? Ah, lo dices por este desorden… Vaya susto me llevé, no encontraba la Divina Comedia de Serravalle que conseguí en Milán el año pasado… En casa de mis padres, ¿te lo puedes creer? Puse la casa patas arriba, estaba tan nervioso que se me cayeron varias cosas al suelo cuando las moví.
-¿Susto? ¿Me hablas de susto por un libro cuando pensé que te había pasado algo? ¿Tú me escuchas alguna vez cuando hablo?
-¡Vale, vale! Lo siento coño. Y todavía no me has explicado que haces aquí.
Guzmán le explicó que Martín lo había llamado horas antes citándolo de urgencia en el parque Abelardo Sánchez, entregándole el dichoso sobre marrón. Cuando le contó lo que contenía el sobre, Álex no pudo evitar una expresión de asombro y preocupación.
-Guzmán, ¿te das cuenta? Esto viene de mucho más arriba… Joder, joder, joder.
-Claro que joder… ¿Y ahora?
-Tengo que ver esos papeles… Voy a por una chaqueta y nos vamos corriendo para Albacete.
Guzmán esperó a que su amigo se cambiase y pronto se montaron en el coche. El camino se le hizo mucho más corto que cuando condujo en dirección contraria esa misma noche. Por un momento se pudo olvidar de la historia y fue capaz de bromear con Alejandro, bromas que llegó a pensar jamás podrían repetirse. Entraron en el piso de la céntrica Marqués de Villores y mostró a Otero el sobre de Martín. Álex observó detenidamente el contenido y se sentó para asimilar enteramente todo lo que aquello traía consigo.
-Esto es demasiado… Demasiado…
-Es lo que te dije antes, el chorro va a salpicar a todo el mundo.
-De eso ya no tendrás que preocuparte.
Álex se levantó con tranquilidad, y sacó del bolsillo interior de su chaqueta una pequeña semiautomática de ocho milímetros y apuntó al que, a priori, era su amigo.
-No es nada personal.
El silenciador ahogó el ruido del arma norteamericana, y Guzmán cayó al suelo emanando un importante chorro de sangre por su vientre.
-Álex… ¿Qué has hecho?
-Querido Guzmán, en esta vida hay dos tipos de personas: ganadores o pringados como tú. ¿En serio creías que habríamos descubierto nosotros, un currante de medio pelo y el pobrecillo Álex Otero que no mata ni a una mosca, algo que podría hacer que el país entero se levantara? Es mucho más sencillo: sacrifica un peón para ganar un alfil. Deja de leer novelas en las que el escudero acaba matando al malvado hermano conspirador del rey. Hay que volar más bajo, chaval.
Guzmán no daba crédito a lo que estaba sucediendo.
-Nos conocimos mucho antes de toda esta historia…-el herido no entendía, no alcanzaba a comprender.
-Planificación simplemente. Era necesario encontrar un panoli como tú y apareciste en mi vida. He de decir en tu defensa que has sido un buen compañero estos años, me atrevería a decir que tu compañía me ha resultado agradable. En otra ocasión quizás podríamos haber sido amigos, pero no creo que se vaya a dar ¿eh?- apuntó a la cabeza de Guzmán, que se retorcía en el suelo-. Por eso voy a acabar rápido con tu sufrimiento. Adiós, Arturito.
Todo había sido un montaje. Sus últimos años de vida habían sido un montaje. Su mejor amigo no era más que una farsa. La historia que lo había sacado de su monotonía, haciéndolo sentir casi un héroe era una patraña. Y allí estaba él, tirado en el suelo de su propia casa sin poder ser el dueño ni de su propia vida. Dos veces movió el índice Alejandro Otero, si es que ese era su verdadero nombre. Dos balas se incrustaron en el cráneo de un Guzmán Rualde que dejó de moverse para siempre.

viernes, 7 de enero de 2011

"Puerta a la catástrofe"

Un demoledor silencio hizo que abriese los ojos. O al menos que lo intentara, porque la  intensa luz que bañaba la estancia lo obligó a cerrarlos nuevamente, posponiendo la intentona para otro momento. Trató de poner sus pensamientos en orden: aquella tienda de antigüedades, su uniforme de tono verde grisáceo ( más propio de un jardinero del ayuntamiento que de un empleado de venta al público, pensó) y aquella chica del pelo alborotado que acababa de entrar en la tienda. Lo siguiente que recordaba, un reguero de sangre que cruzaba la habitación, ligeramente inclinada debido al arcilloso suelo en el que había sido construida la vivienda, hasta el espejo del armario. Un escalofrío heló su columna vertebral cuando un recuerdo se posó con nitidez en el neocórtex, la región cerebral que alberga los recuerdos a largo plazo de un individuo: su propia imagen reflejada en el espejo, una imagen pálida e inmóvil que se fue apagando lentamente hasta que el silencio, ese extraño y absoluto silencio que le perforaba los tímpanos y se adentraba ruidosamente en la región más interna de su cabeza, terminó por despertarlo.
“Pero qué demonios…” farfulló. Decidió que era el momento de desafiar a la luz y se incorporó ligeramente, entreabriendo los ojos lo mínimo para que sus pupilas se fuesen adaptando a la claridad. Cuando por fin fue capaz de despegar completamente los párpados, descubrió ante sí una sala de forma circular, de un blanco extraordinariamente brillante que hacía que el techo se confundiese con la luz que emanaba de las paredes siendo muy difícil calcular la altura del habitáculo. Si algo podía hacer más extraña la situación, eran las numerosas puertas que poseía aquel lugar. Separadas todas exactamente a la misma distancia entre sí, conformaban el perímetro de aquel extraño círculo que se dibujaba ante el aturdido joven. Una, dos, tres… así hasta un total de veinte puertas. Todas inmaculadas, a excepción de una que parecía poseer un rótulo en el centro. El hombre, cada vez más confundido ante lo que sus ojos estaban percibiendo, se acercó a la puerta que tenía el rótulo para comprobar qué ponía este. “Puerta a la catástrofe”, rezaban aquellas oscuras y pequeñas letras, de diseño recto y lineal que jamás se podrían ver en los cuadernos de los niños de preescolar. Al igual que cuando al limpiacristales novel, subido en un andamio a más de cincuenta pisos del suelo, se le recomienda no mirar abajo, aquel chico de no más de treinta años decidió girar el pomo poseído por una superlativa curiosidad que intuía ser saciada al abrir aquella condenada puerta. Y cuando la puerta se abrió, comprendió todo.
Había tenido una infancia excelente; sus padres lo habían educado a la perfección, dándole siempre una libertad que él había respetado hasta los límites que el sentido común marcaba. Su padre se llevó un pequeño fiasco cuando decidió declinar las ofertas que le proponía la universidad, pero comprendió que optase por ponerse a trabajar y dejar de depender de la familia. Conoció en la tienda de restauración en la que trabajaba como dependiente a Ángela, una chica magnífica con la que se casaría y tendría un hijo a la temprana edad de 24 años. Acababa de ser ascendido a encargado de personal del taller de antigüedades: nada podía ir mejor en la vida de Bruno López.

Ernesto todavía no comprendía del todo lo que acababa de ocurrir. Se encontraba en la cocina tomando el habitual bocadillo de la merienda, cuando de repente escuchó tres fuertes estallidos provenientes de la habitación de sus padres, y se acercó corriendo para ver qué pasaba. Al llegar, quedó momentáneamente paralizado al observar dos cuerpos tirados en el suelo; cuerpos inertes rodeados de un todavía caliente charco de sangre. Miró a su padre, que era el que se encontraba más cerca, y se agachó a toda velocidad preocupado por lo insólito de la situación, esperando que su padre le explicara que había pasado . Al tocar su mano para preguntarle qué pasaba, el pequeño Ernesto tuvo una vertiginosa sensación, y súbitamente, se encontró en una especie de servicio público completamente desconocido. En una esquina estaba su padre, Bruno López, apoyado contra la mugrienta pared del local, con un cinturón oscuro apretando su brazo y una jeringuilla usada tirada a su lado.
Ernesto soltó la mano de su padre, que yacía en el suelo de su dormitorio en la parte más alejada de la ventana, justo enfrente del armario en donde solían guardar la ropa. Al otro lado, la mujer que había dado luz a Ernesto dirigía su mirada, ya completamente vacía, hacia la puerta abierta de par en par que conducía al pasillo central de la casa de los López-Vega. Bruno López tuvo ante sí todas las puertas que cualquier persona puede desear. Algunas regaladas, otras compradas con esfuerzo y otras, todavía por descubrir. Sin embargo, había elegido la puerta a la catástrofe.

miércoles, 5 de enero de 2011

Campus Stellae

Los torpes pasos del recientemente herido quebraron el silencio de la compostelana plaza de la Quintana. Ignacio Criado jamás hubiese imaginado, veinticuatro horas antes, que se encontraría en esa situación. Nachete, como era conocido por sus más allegados, siempre se había mantenido apartado de los asuntos de su familia. Poseía un gran respeto hacia su padre, Ernesto Criado, y sobre todo hacia su hermano mayor, Manuel; estaba en contacto permanente con ellos y disfrutaba de cada encuentro familiar. Sin embargo en los negocios, él se mantenía aparte. Y no es que formaran una especie de "mafia siciliana", eso lo sabía bien.
Como también sabía que no se trataba de un simple almacén de frutas y verduras.

Continuó con su irregular camino hasta desembocar en la majestuosa Plaza del Obradoiro. De frente se encontró con el Pazo de Raxoi, sede del ayuntamiento de Santiago de Compostela. Este pazo, claro ejemplo del neoclasicismo francés, había sido utilizado en sus comienzos como cárcel y como hospicio para los niños del coro de la catedral, situada justo enfrente. Ignacio giró la vista para contemplar, una vez más, las torres de la inmensa catedral, destino último de los miles de peregrinos que cada año caminaban cientos de quilómetros para arrivar a la capital gallega. La lluvia empapaba los bloques graníticos que forman los muros del edificio religioso, sensación que siempre había adorado Criado desde aquel día cuando, con siete años recien cumplidos, su padre lo había llevado por primera vez a la milenaria ciudad de Galicia.

Ernesto Criado irrumpió en la habitación del pequeño Nachete, el menor de sus dos hijos, esbozando una gigantesca sonrisa:

-¡Arriba campeón! ¡Que siete años no se cumplen todos los días! -el señor Criado balanceó suavemente a su hijo pequeño- ¡Venga chavalote! Que tu madre ha hecho esas tostadas que tanto te gustan para desayunar...

Las palabras de su padre volvieron otra vez más a la mente de Ignacio.

-Hoy vas a conocer la ciudad donde nacieron tu padre y tu madre. Seguro que te va a encantar Galicia, está llena de árboles y bosques como los que dibujas en tus láminas.

Nachete tenía grabado a fuego cada detalle, cada palabra y cada sensación percibida aquel 26 de septiembre de hacía 21 años. Cuando vió por primera vez la catedral de Santiago de Compostela, no sabía que aquel día su madre iba a fallecer. De la misma manera, en ese momento desconocía completamente que estaba apurando sus últimas horas de vida

martes, 4 de enero de 2011

El museo del fraude artístico

No teniendo mayor idea que la de empezar a escribir compulsivamente, abro esta página al mundo para expresar lo que pueda sentir, creer, pensar o blasfemar en un instante concreto. Sin preparacion ni guión. Casi al estilo de la escritura automática bretoniana, pero guiado por lo que mi "consciente" crea inoportuno dar a luz. Sin saber por qué, se me viene a la mente el museo del fraude artístico, un lugar entrañable de un filme que no lo es menos, pero esa es otra cuestión. No lo busqué y apareció ahí; y hay quien dice que nada es casualidad. El mundo no es ni más ni menos que un museo del fraude artístico, un lugar de plástico bañado en oro en el cual disfrutar de diamantes con piel de lápiz parece pecado mortal. No voy a juzgar; para entrar en discusiones sobre lo que está bien o mal, pregúntenle a Mani. Es preferible para mi hablar de sensaciones antes que de verdades absolutas. Es tan imbécil el ateo como el predicador, cuando ninguno de los dos es consciente siquiera de si lo que acaba de pensar es real. Si pienso, CREO que existo ¿Y si no pienso?

Me he abstraído completamente de lo que quería al principio. He huido de mi estilo de una manera demencial, pero ahora mismo lo que me apetece es bailar entre las ramas de algún árbol que no sea capaz de sostenerme. Mas esa era la idea inicial al empezar estas líneas, gritar enfermizamente en una habitación vacía sin loquero que me inyecte tranquilizantes para calmar mis ansias de libertad. He de culpar de mi estado al cronista del olvido, pero como dijeron los Monty Phyton: "Bienaventurado el que a buen arbol se arrima, porque buena sombra le cobija"