sábado, 28 de julio de 2012

Oscuro Resplandor: prólogo


Las paredes desnudas de la habitación eran testigo mudo de aquel pesado y arrítmico compás, que golpeaba la estancia incansablemente desde hacía ya varios días. Era el sonido pastoso del aire que atraviesa unos pulmones cuyos tiempos de gloria eran tan solo una vaga luz en la memoria, conscientes de que su inútil esfuerzo pronto sería también un eco del pasado. El minúsculo hombre respiraba dificultosamente acostado sobre un amarillento y no menos acabado colchón, que mostraba en su rugosa superficie los grasientos restos de un caldo que se convertiría en el último alimento ingerido por el raquítico moribundo.

El cerebro del individuo apenas era capaz de procesar más información que aquella que le indicaba que su final estaba próximo, sin embargo, su debilitado sistema neuronal todavía era capaz de conservar un instante congelado en su retina, un instante grabado de forma tan nítida que se resistía a creer que pudiese ser real. Aunque, por desgracia, sí lo era.

Los ojos de aquella mujer lo seguían recorriendo de arriba abajo con una seguridad espeluznante, haciéndolo sentir tan vulnerable como una hoja de papel en medio de un océano de llamas. Esos ojos que conseguían aunar en la misma mirada la pasión fingida de una ramera novata de Caracas con la frialdad del águila que observa, con la mayor parsimonia del mundo, los inocentes movimientos de la marmota despreocupada que ni siquiera imagina el amable juego que le tiene preparado el destino.

Semanas antes de que aquellos pulmones cesasen definitivamente su actividad, Juancar, como era conocido el diminuto e infantil cartero del pequeño pueblo de Benade, había sido cautivado por el acompasado e hipnótico caminar de la belleza más exótica y explosiva que había pisado la provincia. La misma que había acabado con su vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario