viernes, 16 de marzo de 2012

Carpe the end

El mar golpeaba suavemente la arena blanquecina de la playa, una de las más tranquilas de toda la parte occidental de la costa. Un poco apartada del pueblo, la pequeña cala acogía casi exclusivamente a los habitantes de la pequeña parroquia de Meneiro, a diferencia de la multitudinaria playa de Peirao que se encontraba a tan solo un par de kilómetros de aquel lugar. A esas horas de la tarde, tan solo se podían observar dos siluetas rasgando el perfil apaciguado de la cala de Meneiro, aunque por alguna extraña razón parecían comulgar perfectamente con la sintonía propia del lugar. La pareja, quizás un simple amor de verano, parecía estar disfrutando verdaderamente de la situación; como si ese preciso instante fuese la primera vez (o quién sabe si la última) que se encontraban en tal circunstancia.

A treinta metros de la playa, en dirección a la capital, se encontraba una pequeña cafetería, la única de la parroquia. En su interior, los habituales charlaban acerca de los mismos temas de siempre, una y otra vez, cerrando el círculo que comenzaba con el alza del astro rey y terminaba con las últimas luces de la noche. Continuando por la misma carretera, las casas comenzaban a llenarse de la gente que volvía a su hogar después de finalizar la jornada laboral. Decenas de coches pasaban a toda velocidad por la recta de Loeches, cada uno portando una vida, cada uno dueño de su propia historia.

Sin embargo, en la blanquecina playa de Meneiro, nada de eso importaba. No importaba la hora a la que se pondría el sol. Las noches pasadas, las que podrían venir. El mundo entero se reducía a cada paso, a modo de un álbum fotográfico construido segundo a segundo, en el que cada retrato se estaba forjando a fuego en aquellas almas libres. Porque quién sabe si volverían a pisar aquella arena suave, quién podría augurar si un escalofrío volverá a recorrer su espalda al ponerse en contacto con la helada agua del norte. Quizás, solo quizás,  jamás volvieran a verse.

Sin embargo, en la blanquecina playa de Meneiro nada de eso importaba. Porque, al final de todo, el alma se construye con momentos. Y desde luego que aquel, especialmente aquel, era uno de ellos.

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