miércoles, 7 de marzo de 2012

El cuento del bosque

Érase una vez, hace ya mucho tiempo, un enorme y frondoso bosque situado en una tierra de la que apenas sabemos nada. En mitad del bosque, en un pequeño claro, existía un majestuoso árbol que gritaba todas las tardes en busca de un consuelo que parecía no llegar jamás.

-¡Oh, Dios mío!, ¿por qué me has hecho esto?-sollozaba.- Fíjate: Has creado en mi tronco unos inmensos hoyos que me desfiguran completamente; mis raíces sobresalen de forma horrorosa por encima de la superficie, en lugar de dedicarse a buscar el agua en las profundidades de la tierra. Al  llegar el verano, haces que mis frutos, los que tanto tiempo he tardado en madurar, se caigan irremediablemente al suelo, haciéndome tan incapaz que ni siquiera puedo retenerme a mi mismo.  ¿Por qué me has hecho así?

El árbol pasó así día tras día durante un largo período de tiempo, hasta que su llanto lo fue consumiendo de tal manera que a los pocos años terminó por secar.

En lo alto de una pequeña colina situada al sur del claro, una lágrima fue derramada por un joven que había estado observando la situación durante los últimos años de la vida del árbol. Esa lágrima era la lágrima de una familia de lechuzas que había estado utilizando los hoyos en el tronco del vegetal para resguardarse durante las frías mañanas de invierno. Esa pequeña gota de agua iba por los conejos que hacían sus madrigueras entre las salientes y robustas raíces, haciendo que los depredadores no pudieran introducirse para cazarlos. El joven lloraba por los deliciosos frutos que servían de alimento a los cientos de pájaros que todos los veranos aprovechaban, además, sus ramas para establecer sus zonas de anidaje. Y, qué demonios, la lágrima que resbaló por su mejilla era por los atardeceres de primavera, por sus propios atardeceres de primavera en los que, desde lo alto de la colina, sus ojos observaban detenidamente la combinación de colores más increíble que había podido ver en toda su vida, con las blanquecinas y brillantes flores que adornaban la copa del precioso árbol enganchándose a sus pupilas de una manera que jamás podría olvidar.

Poco después de que el árbol secase, un pequeño aserradero de la zona vino a por él. Cuando el camión con su madera iba a partir de la ciudad, cientos de animales salieron de sus guaridas para observar, por última vez, al marchito árbol. Él no iba a ser menos, y se juntó con todos los demás para despedirlo. "Seguro que se convertirá en una biblioteca increíble", se comentaba en el bosque, al mismo tiempo que nadie explicaba como ninguno había sido capaz de hacerle entender que había sido lo mejor que había pasado por aquel recóndito lugar desde el principio de los tiempos

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